
Probablemente será cosa mía y me ocurra como a esas embarazadas que ven preñadas por todas partes o los escayolados, que no paran de encontrar tullidos por donde pasan. Pero tengo la sensación que de un tiempo a esta parte, los músicos españoles y algunos periodistas musicales hablan más de las letras de las canciones que de la música. Así me gusta, despotriquen… ¿ya?
Bien, dirá alguno que precisamente yo no soy la más indicada para “quejarme” de esto. Hombre, yo, que publiqué hace unos meses una antología de letristas de rock español. Pero no, por eso mismo creo que soy indicada (no la más pero algo indicada) porque, salvando las distancias, me siento un poco como Einstein con la bomba atómica o Hofmann con su “hijo problemático” el LSD. Como la gente lo que hace con las antologías es echar un vistazo a los nombres que aparecen a ver si NO está su letrista favorito y no lee el prólogo en el que se explica (a lo mejor) porqué no aparece tal o cual o de qué va esa antología, alguno puede pensar que en ese libro yo decía que lo importante en una canción es la letra. Pero no, yo no sois de esas. Yo soy de las que cree que una canción es buena si la música lo es, aunque la letra sea regular. En cambio, una canción con una mala música y una buena letra es una mala canción (eso sí, con una letra buena). Por eso me hace gracia que, especialmente en la música independiente, se eleve a las alturas a músicos con canciones pésimas que hacen letras con cierta gracia y que ellos mismos muchas veces, en las entrevistas hablen de sus letras… en vez de las melodías, del ritmo y esas cosas que se supone que crean los músicos de rock y de pop, los cantautores son otra cosa. Aún a riesgo de repetirme, citaré a uno de los que, en mi opinión, es un gran letrista del rock (junto a su mujer, Katheleen Bernan), Tom Waits. Su teoría de que una canción es buena cuando puede silbarse me parece perfecta. Si además va y el músico sabe encajar un texto magnífico, con enjundia, que emocione, te descubra algo nuevo, esté construido con maestría y respete ritmos, métrica, acentos, pues vale, ya es la perfección, pero no nos salgamos de los márgenes, lo importante en la música es la música, no la letra. Aunque una vez superada la prueba del oído, podemos pasar a analizar lo que tiene que ver con la vista.
En el fondo parece que todo se debe a lo de siempre. Uno quiere lo que no tiene. Según cuenta Sam Shepard en “Rolling Thunder” (Anagrama), Allen Ginsberg quería el éxito de Dylan y no soportaba que la gente pasara de él cuando, durante la gira, salía a talonearle. Y aquí se está dando un caso inverso con dos vertientes. Por una parte, algunos músicos de éxito que quieren el reconocimiento de la alta cultura y que les reconozcan como escritores (especialmente en el mundo del cantautor digamos cercano al pop) y el de algunos indies que en el fondo iban para escritores o así pero descubrieron que haciendo un grupo la vida era más divertida. Nada en contra, pero que conste, yo sigo los preceptos de Waits, ninguna buena letra puede convertir una mala canción en buena.
Este artículo se publicó en la revista Ruta 66 de diciembre.