miércoles, 28 de enero de 2009


En principio, todo lo que haga Vivien Westwood (incluido su hijo) a mí me parece bien, muy bien. Pero Westwood tiene la capacidad de ir siempre más lejos y poner el foco sobre asuntos que a una no se le pasan por la cabeza. El hecho de haber escogido a Pamela Anderson como modelo de su colección de primavera-verno es uno de esos gestos que uno, cuando los ve, le parecen obvios, naturales y que no entiende cómo no han ocurrido antes. Dos iconos del siglo XX juntos. Dos damas del punk, dos ideólogas y practicantes de la transgresión unidas por la moda. El partenaire de Anderson no está mal. Pero la perfección hubiera estado en una editorial con Tommy Lee como pareja, dentro de un coche... o en la cubierta de un yate, en homenaje a ese vídeo histórico. Pero, al parecer, no se puede tener todo en la vida.

martes, 20 de enero de 2009

¿Un amigo?

Amistad, Amor... A mí no me sirve con que si lo he probado lo sé. Me quedo con una frase que no sé de dónde viene (supongo que de alguna película de cine negro) y que me sirve para pesar la amistad: "Un amigo es esa persona a la que sabes que si le cuentas que has matado a alguien, te va a preguntar ¿cómo nos deshacemos del cadáver?"

viernes, 16 de enero de 2009

¿Qué entenderá él por yace y efímera?

Recuerdo el día que descubrí la palabra etcétera. Tenía seis o siete años y, de repente, tuve la revelación de entender exactamente lo que aquéllo significaba. A partir de ese momento, todo lo remataba con un etcétera, a veces bien y otras mal. Con los años fui depurando su empleo (espero).
Algunos "poetas urbanos" tienen un estilo muy peculiar y recurren a esa nefasta herramienta de word en la que en una pantallita te muestra sinónimos (sin matices). Es la única explicación posible a algunas letras, aunque también da la impresión de que alguien descubre por primera vez un vocablo ( yace, por ejemplo) y decide que, por sus narices, lo va a meter en su próxima letra, hombre, poesía urbana a tope.
Un ejemplo de un extracto de "Un violinista en un tejado (curiosa la cara de tu padre)". El título es así, el paréntesis pertenece al mismo, no es una acotación mía.
Aquí el autor ha descubierto tres palabras: tenue, efímero y yace. Las dos primeras, juraría por mi colección de bootlegs de Bauhaus, que han salido de la satánica herramienta de sinónimos de google.
Eres tan tenue
Como la luz que alumbra mi vida
La más madura fruta prohibida
Tan diferente
Y parecida
A la tormenta que se llevó mi vida

Y no lo entiendo
Fue tan efímero
el caminar de tu dedo en mi espalda dibujando un corazón
Y pido al cielo que sepa comprender
Estos ataques de celos
Que me entran si yo no te vuelvo a ver.
(...)
Le pido a la luna
Que alumbre tu vida
La mía hace ya tiempo que yace encendida

domingo, 11 de enero de 2009

El síndrome Ginsberg (a la inversa)


Probablemente será cosa mía y me ocurra como a esas embarazadas que ven preñadas por todas partes o los escayolados, que no paran de encontrar tullidos por donde pasan. Pero tengo la sensación que de un tiempo a esta parte, los músicos españoles y algunos periodistas musicales hablan más de las letras de las canciones que de la música. Así me gusta, despotriquen… ¿ya?
Bien, dirá alguno que precisamente yo no soy la más indicada para “quejarme” de esto. Hombre, yo, que publiqué hace unos meses una antología de letristas de rock español. Pero no, por eso mismo creo que soy indicada (no la más pero algo indicada) porque, salvando las distancias, me siento un poco como Einstein con la bomba atómica o Hofmann con su “hijo problemático” el LSD. Como la gente lo que hace con las antologías es echar un vistazo a los nombres que aparecen a ver si NO está su letrista favorito y no lee el prólogo en el que se explica (a lo mejor) porqué no aparece tal o cual o de qué va esa antología, alguno puede pensar que en ese libro yo decía que lo importante en una canción es la letra. Pero no, yo no sois de esas. Yo soy de las que cree que una canción es buena si la música lo es, aunque la letra sea regular. En cambio, una canción con una mala música y una buena letra es una mala canción (eso sí, con una letra buena). Por eso me hace gracia que, especialmente en la música independiente, se eleve a las alturas a músicos con canciones pésimas que hacen letras con cierta gracia y que ellos mismos muchas veces, en las entrevistas hablen de sus letras… en vez de las melodías, del ritmo y esas cosas que se supone que crean los músicos de rock y de pop, los cantautores son otra cosa. Aún a riesgo de repetirme, citaré a uno de los que, en mi opinión, es un gran letrista del rock (junto a su mujer, Katheleen Bernan), Tom Waits. Su teoría de que una canción es buena cuando puede silbarse me parece perfecta. Si además va y el músico sabe encajar un texto magnífico, con enjundia, que emocione, te descubra algo nuevo, esté construido con maestría y respete ritmos, métrica, acentos, pues vale, ya es la perfección, pero no nos salgamos de los márgenes, lo importante en la música es la música, no la letra. Aunque una vez superada la prueba del oído, podemos pasar a analizar lo que tiene que ver con la vista.


En el fondo parece que todo se debe a lo de siempre. Uno quiere lo que no tiene. Según cuenta Sam Shepard en “Rolling Thunder” (Anagrama), Allen Ginsberg quería el éxito de Dylan y no soportaba que la gente pasara de él cuando, durante la gira, salía a talonearle. Y aquí se está dando un caso inverso con dos vertientes. Por una parte, algunos músicos de éxito que quieren el reconocimiento de la alta cultura y que les reconozcan como escritores (especialmente en el mundo del cantautor digamos cercano al pop) y el de algunos indies que en el fondo iban para escritores o así pero descubrieron que haciendo un grupo la vida era más divertida. Nada en contra, pero que conste, yo sigo los preceptos de Waits, ninguna buena letra puede convertir una mala canción en buena.

Este artículo se publicó en la revista Ruta 66 de diciembre.

viernes, 9 de enero de 2009

Escribir a cuatro manos, que no patas

Hoy he terminado la primera versión de la primera versión del guión de mi novela Atrapada en el Limbo, que llevará otro título cuando, los dioses, las subvenciones y las televisiones mediante, se lleve al cine. En el cine, escribir es reescribir, así que supongo que haremos una segunda versión y una tercera de la primera versión, antes de pasar a la segunda versión. El cine es esperar, dicen. En el cine hay mucha frase hecha, me parece a mí... De momento, una productora ha comprado los derechos y nos han contratado a Manuel Martín Cuenca y a mí para que escribamos. Los primeros pasos están dados y yo ya tengo elegido el modelo de David Delfín para el estreno (él aún no lo sabe, pero ya se lo notificaré).
Han sido varios días de reclusión en las montañas. Manuel Martín Cuenca será el director de la peli y escribimos el guión a eso que llaman cuatro manos, que a mí al principio me asustaba un poco, ahora puedo confesarlo. Pensaba que podía ser a cuatro patas, en plan Huston en la Reina de Africa, tomando gin tonics para combatir la malaria. Pero no, al parecer consiste en que cada uno está en un cuarto de la casa, escribiendo durante 8 o 10 horas y, al final del día, nos reunimos en el salón para ver lo que ha hecho el otro, partirnos de risa, comentar, cambiar, discutir un poco (muy poco, la verdad), borrar y reescribir.
El encierro podía haber acabado como el Resplandor y yo, por si acaso, guarde las hachas... Más por mi que por Manolo. La convivencia conmigo es complicada, en general, y antes del café me parezco bastante a Jack Nicholson mirando con cara desencajada por la grieta que acaba de infringir a la puerta. Al final del día, siempre tenía miedo de que Manolo se me quedara mirando fijamente, sonriera (tirando a desconcertado) y me dijera: "¡pero Silvia! je je, aquí... aquí sólo pone no por mucho madrugar amanece más temprano, no por mucho madrugar amanece más temprano". Como pueden comprobar no ocurrió, este texto lo escribo con ambas manos, que ahora vuelven a ser dos.