Columna publicada en la contra de El Mundo, durante los 40 días posteriores a la muerte de Umbral.
El dandismo no es una cuestión de corbatas si no más de bien narices, por no empezar hablando de aparatos genitales. Hay quien piensa que al dandi se le reconoce a primera vista por esa elegancia llevada al extremo, a punto de caer de bruces en lo hortera. Pero aunque nos intenten engañar y banalizar esta actitud vital que tanto tiene que ver con la apariencia, el dandismo a veces va por dentro. Es un asunto de valor, de una valentía que va más allá de ponerse un pantalón de paramecios o llevar trajes blancos y camisas rosas, que ya tiene mérito.
Hace unos días, Savater, en su discurso por haber recibido el premio “Columnista de El Mundo”, decía en la azotea de este periódico: “Lo difícil es escribir cosas que desmienten a quien uno sabe que le está leyendo, lo difícil es ser de los nuestros y decir que uno no está seguro de ser de los nuestros”. Y el dandismo de verdad va de eso. De esa actitud crítica, “tocapelotas”, tan imprescindible para que la sociedad avance.
Ya lo hizo Thomas Carlyle en “Sartor Resartus” (1833) donde, desde una perspectiva aparentemente huera (una supuesta historia de la moda), daba un repasito lleno de ironía a la sociedad inglesa de la época, incluidos los dandis, que estaba claro que iban a leerle y que le reconocían como parte de su pandilla.
Después lo hicieron con más o menos coraje, mejor o peor vestidos, algunos mil veces nombrados paradigma del dandismo. Me refiero a Byron, Duchamp, Larra, Wilde, Truman Capote, Tom Wolfe o, claro está, Umbral, que si no ¿qué pintamos aquí hablando de esto? Pero también fueron dandis a su manera otros artistas menos recurrentes y se me ocurren Dorothy Parker o Patti Smith, las cuales han demostrado tener el par de ovarios suficientes como para llevar el dandismo hasta sus últimas consecuencias. Un camino nada cómodo y no lo digo por los zapatos de tacón que la Parker no se quitaba ni para ir a la cama, pero de fetichismo hablaremos en otro momento.
El dandi moderno tiene sólo un poco que ver con el superficial Brummel y, por definición, es un desclasado, un apátrida, un “outsider”, un heterodoxo. Si, como a Patti Smith, se la deja entrar en el Olimpo de la alta Cultura, va y suelta que a ella lo primero que le atrajo de Rimbaud fue lo bueno que estaba; o si, en el caso de Wolfe, los “yuppies” le invitan a sus fiestas porque es el escritor de moda, va y escribe un libro en el que aparecen como unos seres patéticos, capaces de hacer una fiesta para agasajar al escritor de moda.
Y eso tiene sus riesgos, que tampoco son para tanto, porque en el fondo, el dandi, aunque parezca el ser social por excelencia, tiene mucho de misántropo. En cualquier caso, sus detractores lo tienen muy fácil. No hay más que atacar aludiendo a su presunta frivolidad. Basándose en esa extraña teoría (tan asentada) de que alguien bien vestido no puede construir una obra válida y tener un discurso profundo. Pero no queda ahí la cosa, porque el detractor suelen tener otro argumento que considera la prueba del algodón: la obra del dandi resulta divertida. Y él lo tiene muy claro: la belleza está reñida con la inteligencia y lo profundo tiene que ser, por narices (por no terminar hablando de aparatos genitales), soporífero.
3 comentarios:
Grandes momentos del dandismo de ayer y de hoy: Gary Oldman (ex marido de Uma Thurman, ex casi marido de isabella Rosellini, dipsomano irredento, director de culto)) comentando que su bebida era el Vodka naranja y su lugar favorito para beberla los aeropuertos.
Hagan juego...
Y Oscar Wilde no era un Dandy, era sólo un pobre aspirante de clase media con la desgracia de poseer más ingenio del permitido y mucha más soberbia de la que es posible llevar con dignidad.
Bossie, en cambio, sí era un dandy...
http://www.flogup.net/fotos/08/06/23/1062111.jpg
Saludos
http://www.larazon.es/posts/show/apartate-que-me-quitas-el-sol-i
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