Hacía mucho tiempo que no veía una de esas actuaciones que te hacen sentir eufórica y te llenan la cabeza de ideas urgentes, que te impulsan a salir corriendo para encerrarte y pergeñar algo que se ha encendido y que imagino que es a lo que llaman inspiración. Supongo que a eso se referían algunos cuando hablaban de las musas, pero no me acabo de creer que la simple observación de una belleza provoque algo tan brutal como ver, por ejemplo, en directo a Alexander Hacke. Digo a Alexander Hacke porque tengo que reconocer que si en la actuación de acabo de ver en Gijón hubiera ido solo, sin proyecciones y sin Danielle de Picciotto, el efecto hubiera sido igual de impactante. Pero es evidente que Danielle es absolutamente genial, sus dibujos brillantes y que el espectáculo Ship of Fools es una delicia cercana a la genialidad gracias a ella, que podría decirse que es responsable de un 70% . Pero no voy a hacer una crítica de Ship of Fools, afortunadamente, la era de emitir juicios previo pago quedó atrás. Estoy hablando de otra cosa, de un asunto que va más allá de que Ship of Fools sea uno de los mejores shows que he visto nunca, hablo de lo que Alexander Hacke es capaz de hacer conceptual y físicamente.
Supongo que esto es como en la vida real. Hay gente con la que uno conecta desde el primer minuto, una conexión que tiene que ver con referencias culturales comunes, una actitud vital concreta, un sentido del humor y, quizá lo más importante y que resume todo eso, la ironía, que es donde se concentra todo. La risa provocada por algo muy sutil a lo que un accede únicamente si comparte códigos con el otro. Pues bien, con Hacke se dio la chispa. Dejemos a un lado su presencia escénica… O no, no la dejemos a un lado porque, es cierto, probablemente si Hacke no fuera así de imponente, sí imponente, aunque suene a película de Alfredo Landa, pero es que no hay otra palabra que lo defina mejor, el mensaje no sería tan efectivo. El jovencito altísimo y flaquísimo se ha convertido en El Hombre. Defíname Hombre, pues bien: el arquetipo del término: alguien viril, con un aire de autoridad (el uniforme de capitán de barco a lo Titanic ayuda) y una especie de seguridad que activa ese resorte que cualquier ser humano (y no me refiero a sólo a las mujeres) esconde en su inconsciente cuando piensa en un Hombre con mayúsculas y todas las letras. Ship of Fools es algo muy serio, pero está lleno de diversión casi gamberra. Por eso ellos son dos arquetipos, el capitán capaz de salvar del hundimiento el barco y ya no digamos a cualquiera a la deriva y la grumete delicada que mueve su falda con cancán inocentemente.
Hacke es consciente de que esa imagen es poderosa y por eso sus guiños kitsch, su manera de rozar referencias culturales que todos, incluso los más cool, incluido uno de los líderes de la banda de vanguardia extrema por excelencia, guardamos en nuestro interior. En Ship of Fools está concentrado todo su (y mi) imaginario. Y hay una falta absoluta de prejuicios. Hacke es la muestra de cómo la electrónica, la música pregrabada y manejar un aparatito diminuto que hace mucho ruido puede ser una experiencia tan brutal como ir al mejor concierto de rock del mundo. Cualquier otro, seguramente, parecería ridículo manejando la pantalla táctil de un secuenciador digital, pero el con las piernas abiertas, a lo Sid Vicious, lo trata como si estuviera tocando una guitarra eléctrica, a punto de tirarse por el suelo y tragarse el micrófono.
El espíritu del rock en estado puro y también de la música disco (aunque no haya ni una nota que remita a ella) y, por supuesto, del lounge cabaretero, más barato… Diversión en estado puro que remite a los bajos instintos: al sexo, la gula, la ira. Probablemente esa la cuestión y ahí reside el secreto de las musas que nos han vendido como algo espiritual. El resorte de los instintos más bajos es el que activa eso que llaman inspiración.
Supongo que esto es como en la vida real. Hay gente con la que uno conecta desde el primer minuto, una conexión que tiene que ver con referencias culturales comunes, una actitud vital concreta, un sentido del humor y, quizá lo más importante y que resume todo eso, la ironía, que es donde se concentra todo. La risa provocada por algo muy sutil a lo que un accede únicamente si comparte códigos con el otro. Pues bien, con Hacke se dio la chispa. Dejemos a un lado su presencia escénica… O no, no la dejemos a un lado porque, es cierto, probablemente si Hacke no fuera así de imponente, sí imponente, aunque suene a película de Alfredo Landa, pero es que no hay otra palabra que lo defina mejor, el mensaje no sería tan efectivo. El jovencito altísimo y flaquísimo se ha convertido en El Hombre. Defíname Hombre, pues bien: el arquetipo del término: alguien viril, con un aire de autoridad (el uniforme de capitán de barco a lo Titanic ayuda) y una especie de seguridad que activa ese resorte que cualquier ser humano (y no me refiero a sólo a las mujeres) esconde en su inconsciente cuando piensa en un Hombre con mayúsculas y todas las letras. Ship of Fools es algo muy serio, pero está lleno de diversión casi gamberra. Por eso ellos son dos arquetipos, el capitán capaz de salvar del hundimiento el barco y ya no digamos a cualquiera a la deriva y la grumete delicada que mueve su falda con cancán inocentemente.
Hacke es consciente de que esa imagen es poderosa y por eso sus guiños kitsch, su manera de rozar referencias culturales que todos, incluso los más cool, incluido uno de los líderes de la banda de vanguardia extrema por excelencia, guardamos en nuestro interior. En Ship of Fools está concentrado todo su (y mi) imaginario. Y hay una falta absoluta de prejuicios. Hacke es la muestra de cómo la electrónica, la música pregrabada y manejar un aparatito diminuto que hace mucho ruido puede ser una experiencia tan brutal como ir al mejor concierto de rock del mundo. Cualquier otro, seguramente, parecería ridículo manejando la pantalla táctil de un secuenciador digital, pero el con las piernas abiertas, a lo Sid Vicious, lo trata como si estuviera tocando una guitarra eléctrica, a punto de tirarse por el suelo y tragarse el micrófono.
El espíritu del rock en estado puro y también de la música disco (aunque no haya ni una nota que remita a ella) y, por supuesto, del lounge cabaretero, más barato… Diversión en estado puro que remite a los bajos instintos: al sexo, la gula, la ira. Probablemente esa la cuestión y ahí reside el secreto de las musas que nos han vendido como algo espiritual. El resorte de los instintos más bajos es el que activa eso que llaman inspiración.
3 comentarios:
Contando las horas que faltan para ver el espectáculo aquí en Sevilla. Por enésima vez, gracias por haberlo hecho posible. Besos grandes.
¡Qué crítica tan acertada, Silvia! La comparto enterita. Grandísimo el show de ayer, efectivamente, e interesantísimo todo el festival. Cuento los minutos que faltan para la sesión de hoy...
¡Que envidia!
Pues ahora voy a maltratar mis pequeños samplers, pero no los voy a lanzar contra la pared, al estilo rocker, me los voy a coser en el pecho como si fuera el protagonista de una película de D. Cronenberg.
Saludos y felicidades por su experiencia gozosa.
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