Este de la foto, no es Tony Wilson, es Ian Curtis (Joy Division), uno de sus "descubrimientos", al que contrató de mano o de palabra, como se prefiera
Tony Wilson era un tipo raro. Uno de esos hombres que piensa que hay alguna especie de correlación mágica entre un apretón de manos y un acuerdo. El típico tonto, vaya.
Tony Wilson fue el artífice de dos pilares esenciales para entender la cultura pop del siglo XX. El se inventó el sello Factory y también la discoteca Hacienda. Es decir, simplificando, que el tonto de Tony Wilson, ese tipo raro que se negaba a firmar contratos discográficos con los grupos de su escudería (Joy Division y después New Order, Durrutti Column o Happy Mondays, por poner cuatro ejemplos) fue el inventor de la discoteca donde se fraguó ese término tan manido que ahora llaman “cultura de club” o el “verano del amor” y que ha hecho billonarios a más de cien empresarios. Pero no sólo eso porque Tony Wilson también tiene la culpa de que ahora tengamos que aguantar a grupos con cara de haberse saltado la toma matinal del antidepresivo, que imitan a Ian Curtis en todo excepto (por desgracia) colgarse de la lámpara del salón de su casa.
Tony Wilson era tan tonto (y hay una película magnífica, 24 hours Party People, que lo demuestra y por todos es conocido que si algo lo dice un periódico o un filme biográfico tiene que ser cierto) que le dio un pastón a los Happy Mondays y otro por el estilo a New Order para que se fueran a grabar sendos discos a la Bahamas o las Bermudas y a Ibiza respectivamente. Y como él tenía esa superstición como de salvaje del Amazonas de chocar esos cinco y pensar que había un trato cerrado, creía (inocente de él) que volverían con los discos grabados. Pero no, los Happy Mondays le trajeron poco más que un montón de historias que contar y unas cuantas fotos de Bezz metiéndose el dedo en la nariz, con una piña colada en la (otra) mano y los Order tardaron un año y pico más de lo previsto en volver. Pero eso no era todo porque Tony Wilson, el tonto del pueblo de Manchester, era de esos que organizan un concierto, que se gastan la pasta, no vende ni seis entradas y en vez de poner cara de circunstancias mientras el grupo le intenta convencer de las ventajas de haber sido el artífice de un acontecimiento tan selecto, va y se empeña en animar a los artistas, en su caso a Vini Reilly de Durrutti Column, con una frase que define el carácter de este pesimista tonto (es decir, optimista crónico): “en los momentos importantes de la historia siempre hay poca gente, ¿cuántos estaban en la Ultima Cena, trece? Pues mira, aquí ni llegan, así que no te preocupes, Vini”. El entierro de Tony Wilson no fue un momento histórico. Hubo más de 13 personas. Desde luego (y esto demuestra lo mal negociante que era) estuvieron todos los grupos que él había no fichado con un apretón de manos y que han servido de inspiración, por no decir por modelo de plagio, a todas esas otras bandas que ahora triunfan por todo lo alto en esta industria que se desmorona, eso sí, con la seguridad que da tener un contrato atado y bien atado, al cuello de la lámpara del salón de casa.
Tony Wilson murió el 10 de agosto de 2007, a los 57 años
Tony Wilson era un tipo raro. Uno de esos hombres que piensa que hay alguna especie de correlación mágica entre un apretón de manos y un acuerdo. El típico tonto, vaya.
Tony Wilson fue el artífice de dos pilares esenciales para entender la cultura pop del siglo XX. El se inventó el sello Factory y también la discoteca Hacienda. Es decir, simplificando, que el tonto de Tony Wilson, ese tipo raro que se negaba a firmar contratos discográficos con los grupos de su escudería (Joy Division y después New Order, Durrutti Column o Happy Mondays, por poner cuatro ejemplos) fue el inventor de la discoteca donde se fraguó ese término tan manido que ahora llaman “cultura de club” o el “verano del amor” y que ha hecho billonarios a más de cien empresarios. Pero no sólo eso porque Tony Wilson también tiene la culpa de que ahora tengamos que aguantar a grupos con cara de haberse saltado la toma matinal del antidepresivo, que imitan a Ian Curtis en todo excepto (por desgracia) colgarse de la lámpara del salón de su casa.
Tony Wilson era tan tonto (y hay una película magnífica, 24 hours Party People, que lo demuestra y por todos es conocido que si algo lo dice un periódico o un filme biográfico tiene que ser cierto) que le dio un pastón a los Happy Mondays y otro por el estilo a New Order para que se fueran a grabar sendos discos a la Bahamas o las Bermudas y a Ibiza respectivamente. Y como él tenía esa superstición como de salvaje del Amazonas de chocar esos cinco y pensar que había un trato cerrado, creía (inocente de él) que volverían con los discos grabados. Pero no, los Happy Mondays le trajeron poco más que un montón de historias que contar y unas cuantas fotos de Bezz metiéndose el dedo en la nariz, con una piña colada en la (otra) mano y los Order tardaron un año y pico más de lo previsto en volver. Pero eso no era todo porque Tony Wilson, el tonto del pueblo de Manchester, era de esos que organizan un concierto, que se gastan la pasta, no vende ni seis entradas y en vez de poner cara de circunstancias mientras el grupo le intenta convencer de las ventajas de haber sido el artífice de un acontecimiento tan selecto, va y se empeña en animar a los artistas, en su caso a Vini Reilly de Durrutti Column, con una frase que define el carácter de este pesimista tonto (es decir, optimista crónico): “en los momentos importantes de la historia siempre hay poca gente, ¿cuántos estaban en la Ultima Cena, trece? Pues mira, aquí ni llegan, así que no te preocupes, Vini”. El entierro de Tony Wilson no fue un momento histórico. Hubo más de 13 personas. Desde luego (y esto demuestra lo mal negociante que era) estuvieron todos los grupos que él había no fichado con un apretón de manos y que han servido de inspiración, por no decir por modelo de plagio, a todas esas otras bandas que ahora triunfan por todo lo alto en esta industria que se desmorona, eso sí, con la seguridad que da tener un contrato atado y bien atado, al cuello de la lámpara del salón de casa.
Tony Wilson murió el 10 de agosto de 2007, a los 57 años
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